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Desvelar lo oculto, oficio de paisajistas

paisajismo

Desvelar lo oculto es el trabajo del paisajista. Encontrar el jardín que queda oculto por el vacío.
Escuchar al espíritu del lugar, al Genus loci de nuestros maestros.

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Y… ¿Cómo se logra esto?

El paisajista no es un cazador de fantasmas, ni un adivino, ni un nigromante.
El paisajista no nace, se hace. El paisajista inicia su formación en una Escuela de Paisaje (Castillo de Batres en mi caso) y nunca para de estudiar ni de aprender.

La práctica del paisajismo es un arte y una técnica. Y el dominio de este arte y esta técnica requiere de un largo aprendizaje y se amplía un poco más con cada nuevo proyecto, con cada verso, con cada exposición, con cada artículo, con cada innovación, con cada intercambio de saberes con colegas, con cada cambio de estación…

Así cuando el paisajista visita una nueva parcela, un nuevo terreno para el que sus servicios son requeridos, encuentra que el suelo que pisa, el sol, el clima del lugar en que se encuentra, la vegetación y la fauna que le rodea, la disposición de la ciudad alrededor (la cercanía o lejanía de arquitecturas, carreteras, infraestructuras de todo tipo) están contando cosas que el paisajista escucha y utiliza.

En el aprendizaje de la profesión, una de las asignaturas más importantes después del saber mirar es el saber escuchar. Escuchar a los elementos. Y escuchar a los clientes. Escuchar cuales son sus necesidades, sus costumbres, sus sueños, sus imágenes, su música, su presupuesto. Escuchar y saber preguntar, para llegar a conocer las respuestas necesarias e interpretar correctamente nuestro papel, que no es otro que el de convertirse en una herramienta del deseo del cliente. El agente que transformará su sueño en materia.

Cuando el paisajista posee estos datos el camino está abierto. Sólo queda recorrerlo. A veces son caminos más llanos y otras veces están llenos de obstáculos. A veces se corre el peligro de entretenerse con lo accesorio y perderse por ahí. Otras veces lo mejor es perderse por ahí definitivamente y dejar espacio a las sorpresas, invitar a lo inesperado.

Al final del camino siempre está el jardín, que aparece como resultado del camino. Se desvela lo oculto, se encuentra el jardín que quedaba velado por el vacío.
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