Desde hace años me hago esta pregunta: ¿cuánto vale la sombra?
Este año, la pregunta cobra de nuevo actualidad. La llegada del verano ha supuesto estar atravesando unos días de temperaturas muy elevadas, con el sol pegando duro, convertido casi en un «enemigo»…
En este contexto uno va buscando la sombra que se convierte en una isla habitable en medio de un desierto de luz despiadada. Por tanto…
¿Cuanto vale la sombra? ¿Cuanto pagarías por estar unos minutos a refugio de un plátano, de un tilo, de una morera?
Quizás no haya que pagar nada. La sombra no tiene precio… O quizás si.
Quizás el precio sea nuestro respeto, nuestro reconocimiento, nuestra gratitud.
No permitamos las tropelías, los arboricidios, los planteamientos urbanos que exigen esfuerzos imposibles a los árboles que nos cobijan.
Exijamos su cuidado, su atención profesional, su hidratación y su nutrición, su defensa ante las plagas o ante los actos vandálicos, su adecuada selección.
Ese es el precio de la sombra. Querernos bien es querer a nuestros árboles, querer a nuestras ciudades.